Sus compañeros de regimiento tenían sus buenas razones para llamarle El Navaja. El rostro de aquel hombre carecía de fachada. Cuando sus amigos pensaban en él sólo lograban imaginárselo de perfil, y ese perfil era extraordinario: la nariz afilada como el compás de un dibujante; la barbilla, prominente, como si fuera un codo; las pestañas largas y suaves, características de un temperamento obstinado y también cruel. Se llamaba Ivanov.
Vladimir Navokov
El Navaja